Editorial Jens Mesa Dishington
Presidente Ejecutivo de Fedepalma
Por Jens Mesa Dishington
Presidente Ejecutivo de Fedepalma
En los últimos tiempos, la demanda mundial de productos agrícolas ha estado impulsada por el crecimiento de la población y el mayor ingreso per cápita en las economías emergentes; sin embargo, desde principios de este siglo, los biocombustibles se configuran como un nuevo factor que dinamiza la demanda de estos productos, mejorando sus precios e incidiendo favorablemente en la rentabilidad de las actividades agrícolas que proveen materias primas para la elaboración de combustibles renovables.
La industria del biodiésel en el mundo se ha desarrollado a partir de políticas públicas dirigidas a incentivarla, mediante estímulos y apoyos directos a su producción y comercialización y, a la vez, con regulación enfocada en la fijación del porcentaje de mezcla de biodiésel con diésel. Como resultado de ello, el mundo pasó de producir dos millones de toneladas de biodiésel en el año 2000, a cerca de 30 millones en 2013, evidenciando una tasa de crecimiento promedio anual de 23 %.
En Colombia, el apoyo decidido del Gobierno, brindado una década atrás, permitió estructurar una política de biocombustibles para viabilizar este renglón productivo. Convencidos de la importancia de los biocombustibles como una actividad impulsora de la producción agropecuaria, generadora de empleo, de estabilidad social, amigable con el medio ambiente y fuente de energía renovable, se estableció, por reglamentación, una mezcla de biodiésel inicialmente de 5 %, que luego se incrementó de manera gradual hasta alcanzar el 10 % a nivel nacional en 2011; con la perspectiva de que, en el mediano plazo, se aumentaría al 20 %.
Para la palmicultura colombiana, el desarrollo del mercado local con el biodiésel, representó, sin duda, una gran oportunidad, se logró contrarrestar la tendencia a la saturación del mercado tradicional de aceite de palma, trayendo consigo una mejora en su comercialización, el incremento de los ingresos del sector y la agregación de valor a la agroindustria nacional.
Hoy en día, el país cuenta con cerca de 500.000 hectáreas sembradas en palma de aceite, lo que significa que, a la vuelta de pocos años, contaremos con más de 2 millones de toneladas de aceite de palma, duplicando la producción actual. Así las cosas, Colombia tiene la materia prima para atender el mercado tradicional y para avanzar gradualmente en un incremento de mezcla de biodiésel al 15 % (B15) y al 20 % (B20).
Frente a esta oportunidad, las señales del Gobierno Nacional en materia de biocombustibles no han cumplido las condiciones establecidas en la normativa actual, pues aún Bogotá y sus zonas de influencia se encuentran con una mezcla del 8 % (B8) y la gran minería no usa la mezcla de biodiésel nacional. Existe, además, una mayor incertidumbre relacionada con la modificación de las reglas de juego en materia de la estructura de precios del biodiésel, al ser este un mercado regulado por el Gobierno Nacional, lo que en algunas ocasiones ha afectado la fluidez en la comercialización del aceite de palma de producción doméstica.
El desconocimiento por parte de algunos funcionarios del Gobierno Nacional, sobre el comportamiento de los mercados de combustibles fósiles y de biocombustibles, conduce a que se pretendan equiparar los niveles de precios de unos y otros, sin tener en cuenta que sus estructuras de costos son distintas y responden a condiciones diferentes de oferta y demanda.
Mientras otros países ponderan las externalidades positivas, tanto económicas, como ambientales y sociales, que generan los biocombustibles, en Colombia se pasan por alto. El estudio titulado Evaluación beneficio-costo del uso del biodiésel como componente en la formulación del diésel distribuido en Colombia, realizado en 2013 por Fedebiocombustibles, demuestra que los beneficios asociados a esta actividad superan los costos en USD $ 3,3 billones, durante el período de evaluación del estudio; como resultado, principalmente, de los nuevos empleos rurales generados, reducción de costos por mortalidad y morbilidad asociados a enfermedades respiratorias, producto de la mejora en la calidad del aire, y de ahorros en aditivos para los automotores y costos de logística.
En definitiva, la palma de aceite para suplir la producción de biodiésel asociada al aumento de la mezcla al 20 % (B20) ya está sembrada; los beneficios en materia de crecimiento económico, desarrollo rural, generación de empleo y bienestar, y contribución a la salud y al medio ambiente, están comprobados; la tecnología y empuje empresarial para llevar a cabo tamaña industria está disponible. Solo falta un gobierno decidido, con políticas claras y de largo plazo, dispuesto a impulsar la producción de biodiésel y de aceite de palma en nuestro país, dándole una oportunidad a Colombia de demostrar su potencial en la producción de energías renovables como los biocombustibles.